Hola, soy Leonor Bravo, nací en Quito, unos días después del año nuevo, en el tradicional barrio de San Blas. Supongo que allí vivimos muy poquito porque mis recuerdos más lejanos me llevan a una casa de varios patios, en la calle Junín del barrio San Marcos, verdadera joya del Centro Histórico.  De esa época recuerdo los pases del Niño con payasos de caretas coloridas a los que gritábamos “payasito, payasón, dame, dame la lección”, y que, a pesar de que golpeaban todo lo que encontraran a su paso, inclusive a los niños, nos encantaban.  Más tarde, después de vivir en una casa en la bulliciosa 10 de agosto, habitada por árboles de floripondio, a los cuales no podíamos acercarnos para no correr el riesgo de volvernos tontos o irnos a la luna, como decía mi mamá, nos trasladamos a lo que entonces se llamaba la Pata de Guápulo, el sitio con la mejor vista de la ciudad, de un lado el Pichincha, nuestro monte tutelar, con la ciudad creciendo en sus faldas y del otro Guápulo con su iglesia del siglo VXII, el pequeño barrio a su alrededor y el valle, entonces solo verde.

De esa casa recuerdo el estudio de mi papi con la biblioteca en la que habían los libros para nosotros, entre ellos el maravilloso “Tesoro de la Juventud”, las novelas francesas  de mi mami, que con mi hermana Sheyla leímos sin tener permiso y los enormes libros científicos de mi papá, en los cuales escondíamos nuestros tesoros infantiles.

Soy la mayor de siete hermanos que pintan, escriben, hacen música y sueñan en colores, porque en mi casa el arte fue casi el pan de cada día. Amanecíamos con la música de Tchaikovsky, Strauss o Mozart y nos despedíamos del día con los tradicionales cuentos de hadas de Grimm y Andersen, que marcaron para siempre mi vida. Más adelante vendrían Mark Twain, Louise May Alcott, Charles Dickens, Salgari, entre muchos otros,  y la vida y obra de Miguel Angel, Rafael o Leonardo que mi madre amaba (los pintores italianos del Renacimiento, no las  tortugas ninja) quienes fueron mis ídolos infantiles.

 

Estudié artes con la intención de ser una pintora seria, para adultos y mi amor por la pintura venía desde siempre. Aprendí a dibujar en segundo curso durante las clases de matemáticas, cuyo resultado inmediato fueron unas horrendas vacaciones llenas de números y un examen en el que tenía que sacar veinte o perder el año en mi materia no favorita. En artes llegué a hacer una exposición individual que tuvo mucho éxito, cuando fui secuestrada por unos títeres que cambiaron mi vida para siempre. Para ellos escribí obras, preparé montajes, canté y me disfracé de muñeca durante un tiempo. Luego, siguiendo los nuevos caminos que me trazaba la vida me dediqué a una serie de oficios y tareas relacionadas con los niños y las niñas, en todas las cuales aprendí y disfruté mucho.

Más tarde, y casi sin pensarlo, empecé a escribir literatura para niños y jóvenes. Tengo que aclarar que aquello que empezó casi como un juego, como salir al recreo, tomar helados o ir de vacaciones a la casa de mis abuelos, después del tercer libro se volvió complejo cuando comprendí la enorme responsabilidad que entraña escribir para niños y jóvenes. Niños que ahora son adultos que crecieron y se formaron leyendo mis libros.

He publicado 54 libros, de los cuales 44 son de literatura infantil y juvenil; novelas y libros de cuentos para todas las edades, desde canciones de cuna que escribí para mi nieta Manuela y cuya música hice en una grabadora, hasta fantasía épica.

Después de que escribo una novela, escribo siempre algo para niños pequeños, por varias razones. Porque la tentación de quedarme en el grupo de los grandes es enorme, porque me encanta escribir para los más chiquitos y porque entre mis mayores gustos está leer en voz alta cuentos para ellos. Ser parte de ese mundo en el que todo es posible, convertirme en monstruo o en dragón, mirar sus ojos brillantes y escuchar sus risas.

Soy mamá, abuela, tía y amiga. Mamá de Jerónimo que es quien más me ha apoyado para que yo pueda seguir inventándome sueños como Casa Palabra Biblioteca,  ese pequeño lugar donde ahora viven los tres mil libros de literatura para niños y jóvenes que he reunido durante toda mi vida y que ahora están a disposición de todo ese, grande o chico, que quiera disfrutar de la literatura infantil. Abuela de Manuela mi maravillosa nieta que ya a sus cinco años se inventa cuentos y me exige libros con buenos textos e ilustraciones bellas. Tía de once sobrinos a los que amo, amiga cercana de pocas gentes y no tan cercana de muchas.

De la pintura me quedan los mandalas que hago cada año nuevo en honor a la Pachamama, para saludar a mis amistades y compartir con ellas mi amor por la Tierra, nuestra maravillosa madre-planeta, con la esperanza de aportar al desarrollo de una conciencia de respeto hacia ese ser que es nuestro único  verdadero hogar.