Premio Latinoamericano de Literatura Infantil y juvenil
La Hormiguita Viajera
Virrey del Pino, La Matanza – Argentina

 

Noviembre 2015

 

Los niños suben a la luna en el cordel del cuento que aún recuerdan.
La voz: escalera, globo, cohete, los lleva lejos. Allá beben té de historias espumado en magia.

Escribir para niños, para esos que corren por las calles, que unos días quieren ir a clases y otros no, que tienen sueños y desencantos, que crecen irremediablemente; y para los múltiples que nos habitan, porque no somos uno, tenemos alojados a cientos, a esos que fuimos en cada circunstancia: en la risa, en el dolor, en el asombro, en el aprendizaje, y también por esos que conocimos en los cuentos y se quedaron para siempre en nosotros.

Escribir para niños es una pasión, un deseo, un destino que abarca todo, que va tomando uno a uno los cuartos de nuestra casa, sin echarnos de ella, sino haciendo que le pertenezcamos por completo. Por eso escribir para niños es también leer para ellos, contagiarlos con el gusto por la lectura, lograr que la amen y, en mi caso invitarlos a escribir, a expresarse, a crearse otra vez, con palabras escritas, leídas a otros, escuchadas de otros.

Los niños abren el libro, montan en la carroza de viento y desaparecen.
Volverán cuando las letras se agoten, cuando la voz se apague, cuando las palabras se despidan de ellos.
Y volverán crecidos.

Ellos se van y nosotros, los que escribimos para ellos, los que queremos hacer de la lectura un espacio feliz, nos buscamos, transitamos diversos caminos para encontrarnos, para compartir sueños y saberes, para fortalecer nuestras identidades, para regocijarnos con las realizaciones de esos otros que inventan similares caminos a los nuestros. Uno de ellos son las redes sociales, ese lugar de encuentro ilusorio para muchos, convertidas por nosotros en herramientas útiles para conocer el trabajo de los demás, de sus aportes teóricos, su literatura, sus publicaciones. Lugares para la expresión y la comunicación aunque no nos permitan un estrechón de manos o un abrazo.

Pero a veces esa realidad virtual se convierte en realidad real como cuando Eduardo Burattini me sorprendió con un mensaje en el que me anunciaba que estaba de candidata a este premio maravilloso de hormiguitas trabajadoras. “Te leemos, te acompañamos a la distancia en tu labor de escritora y promotora de LIJ”, escribía. Y yo, que aunque tengo el corazón de niña, algo tengo de adulta, dudé, no fuera como esos correos que llegan desde el África ofreciendo un millón de dólares para hacer obras sociales y que, una vez con el número de cuenta al que te van a depositar la increíble cantidad, te despluman. No era de esos, era de verdad, el premio existía, la Biblioteca Popular Madre Teresa, que lo organizaba, tenía un lugar en la tierra y muchas personas, no sé cuántas, en Argentina, leían lo que yo escribía: la microficción y el relato de mis andanzas en la promoción de la LIJ.

Fue un regalo sorprendente, por venir de gente maravillosa que ama la literatura y con un compromiso y pasión enormes por hacer que los niños y jóvenes lean. Un regalo inesperado que encontró mi camino sin que yo lo supiera.

Las palabras juegan en el papel, en la voz que las lee, en los  ojos de los niños. De piernas largas se siembran en los pliegues de su fantasía. Crecen y son bosques en los que viven sus sueños.

Escribir literatura en las redes sociales es como cantar a oscuras en un teatro vacío, solo por el gusto de cantar. Sin embargo cuando terminas el canto alguien prende la luz  y encuentras la sala llena. Hay muchos ahí que te miran, te leen, te juzgan. Yo prefiero tener la ilusión de que estoy sola, el texto y yo, sin esperar nada más que el gozo de la expresión fugaz de los ciento cuarenta caracteres, más allá del cuento o la novela en la que estoy viviendo. Sin otro compromiso que el juego de la palabra.

Pero es solo eso, una ilusión para no pensar en que me expongo ante cientos de ojos, muchos desconocidos, que a fuerza del contacto diario pueden volverse de la casa. Como esta generosa casa, colmada de Homiguitas viajeras, que se aventuran por los terrenos de la palabra y que ahora me recibe. Una casa en la que mi corazón ha empezado a habitar, a la que agradezco tanto por hacerme una de ustedes.

Es un gran honor para mí estar ahora aquí para recibir este premio, compartiendo con tanta gente extraordinaria, a algunas de las cuales conozco y admiro por su literatura como a María Cristina Ramos, la poeta favorita de mi nieta que vino conmigo desde Ecuador acompañándome. Gente a que hace mucho por el desarrollo de la literatura infantil y por su difusión: ilustradores, bibliotecarios, maestros, escuelas, editoriales, músicos, titiriteros.  Es un honor que me obliga a crecer y a seguir adelante con el compromiso de esto que es mi vida: la literatura y la promoción de la lectura y la escritura.

La Tierra, vieja madre, se hizo con historias que todavía cuenta a quien desea escucharla. Los niños, herederos de la especie, oyen su voz y la de la luna; el canto de los ríos, el rugido los antiquísimos dragones, el silencio de los extraterrestres que algún día nos visitarán. Y oyen el tun tun de nuestros corazones aquí reunidos en esta noche de fiesta, porque todo es posible en los cuentos.