18 de Noviembre de 2013

Autora de 30 obras literarias para niños y jóvenes, que van desde canciones de cuna hasta novelas, la escritora quiteña Leonor Bravo es un referente de este género en el Ecuador y la región. De padre carchense y madre manabita, Leonor Bravo tiene como pasión de vida a la literatura, pero también, ejerce la pedagogía a través de los talleres de escritura creativa  que da  y ha desarrollado (y lo sigue haciendo) una destacable gestión cultural; durante ocho años estuvo al frente de Girándula, Asociación Ecuatoriana del Libro Infantil y Juvenil, filial del International Board on Books for Young People (IBBY) en el país. También, todas las noches, publica microcuentos en Twitter. Al preguntarle por su mayor sueño, a Leonor Bravo se le hinchan los ojos de emoción cuando dice que anhela que todos los niños tengan el derecho de desarrollar sus capacidades y que no se les coarte la maravillosa posibilidad de la lectura.

 

¿Qué significa escribir para niños? ¿Uno se plantea que lo va a hacer o cómo funciona?

No creo que uno se lo planteé. Cuando empecé a escribir lo que me salió fue una literatura para niños. Toda mi vida he trabajado para niños, pero eso no quiere decir que yo escribiera exclusivamente para ellos porque también dibujo y no lo hago para niños, sino para adultos. Entonces, lo uno no va ligado a lo otro. Uno se sienta a escribir y le sale lo que el espíritu necesita. Hay gente que si se lo propone porque es una literatura que se vende mucho, pero se nota cuando uno se ha propuesto hacer ese tipo de trabajo. Por ejemplo, el libro de Mario Vargas Llosa para niños no es muy bueno y no tiene nada que ver con el Vargas Llosa que escribe para adultos.

Aunque no se lo haya propuesto, ¿cómo supo que lo que estaba haciendo era literatura infantil?

Es evidente, mis cuentos son de hadas, monstruos y tienen mucha picardía. Yo creo que es una pose decir que “yo no escribo para niños porque no leen”. Eso no es cierto, inclusive los adultos me leen, y sé que lo disfrutan, pero tengo una total conciencia que lo que hago es para niños, y ahora escribo más para jóvenes. Y no lo veo como algo negativo. Lo que pasa es que los adultos tenemos una actitud negativa hacia los niños. Todo lo que es para niños es como algo menor. Y yo me pregunto si es más complicado ser profesor de primer grado que de universidad. En Finlandia, que lo califican como lo máximo en educación, los mejores profesoras van a primera grado porque es una cosa tremendamente difícil.

¿Qué le ha significado, ya como una persona adulta, adentrarse en este terreno de hadas, castillos y dragones?

Yo he pasado por varias etapas. Cuando comencé a escribir para niños yo ya había sido pintora, titiritera y muchas otras cosas más. Entonces, a la literatura entré con una frescura total, como si estuviera de vacaciones. Ahora no es así, ahora sé la responsabilidad que tengo. No recuerdo si fue Gabriel García Márquez quien dijo: “Escribir es el único oficio que mientras más lo haces, más difícil te resulta” porque tiene más conciencia de lo que estás haciendo. Mis primeros libros los hice con frescura, como si se tratara de un juego, pero ahora, para mí, es más complicado escribir para niños.

¿ Su obra pasa por los filtros de su infancia o es pura ficción?

Creo que todo libro, en definitiva, resulta un poco autobiográfico. Uno no puede liberarse de sí mismo El ser humano tiene una posición en la vida siempre. Creo que mis primeras obras fueron un poco más autobiográficas y tienen mucho que ver con un montón de preguntas que me hecho toda la vida. Todo escritor tiene preguntas no respondidas e insatisfacciones. Creo que la gente que es totalmente feliz y tiene todo resuelto en la vida no tiene para que escribir, salvo muy pocos como Matisse y Bach, que tenían todo resuelto y, a pesar de eso, fueron artistas. Por lo general, un artista busca transformar las cosas. Yo no tengo que hacer un esfuerzo para escribir para niños, a mí me sale naturalmente. Lo que si me propongo, por ejemplo, cuando acabo un libro para jóvenes, es escribir inmediatamente uno para niños. Es muy tentador quedarse en los jóvenes, hacer novela.

¿En qué se diferencia la escritura de jóvenes de la de niños?

En el tratamiento y la temática. Mis cuentos para jóvenes, que son quienes tienen más de 12 años, tocan temáticas fuertes como la anorexia. También tengo un cuento que cuando lo escribí, me estremecí a mí misma, pues narra la historia de dos niños que se suicidan por falta de amor de su madre.

Su literatura aborda una suerte de temática social…

Tengo muy interiorizada la temática social, pero porque eso es natural en mí, es lo que me sale. Tengo un libro de literatura de fantasía épica, en el que están dragones, hadas y elfos, y es muy social porque habla del enfrentamiento de poderes donde se quiere subyugar a los otros, reflexiona sobre el irrespeto y todo eso está tratada con dragones. Tengo una conciencia social muy fuerte que nació cuando mi mamá me leyó a los cuatro años La fosforerita de Andersen. Yo era muy chiquita y me dolía en el alma esa historia, pues narra cómo una niña se muere viendo a otros comer, festejar, y ella lo único que tiene son sus fósforos, que los va prendiendo hasta cuando se le acaban y muere.

¿Y de esa literatura para niños y jóvenes que hace, hay otro tipo de públicos que también la consumen, como los adultos?

A mí leen mucho los adultos. En general, creo que la literatura infantil es siempre leída por el niño y por su madre o padre. En estos momentos, la literatura infantil tiene una cantidad de lectores no esperados. Es decir, lo que ocurría antes era que la literatura para adultos era tomada por los niños, como Robinson Crusoe . Ahora la literatura infantil está siendo tomada por los adultos ¿Por qué? Porque la narrativa para adultos es muy oscura, muy cínica y derrotista, y ya la vida es suficientemente tremenda como para escribir sobre eso. Entonces, hay montones de adultos que están leyendo literatura infantil y juvenil, pues ahí encuentran un espacio de relax. La literatura tiene la virtud de llevarte a otro sitio.

¿Cómo ha sido su relación con los niños que le leen, qué le han dicho, cómo se apropian de su literatura?

Antes me asustaba y me sacaba de mi sitio algunas cosas que decían los niños, pero me he ido acostumbrando. Un día fui al Colegio Americano en Guayaquil, y los niños sabían que yo iba a volver al día siguiente, entonces, cuando llegué, vino una niña corriendo y me abrazó fuerte. Yo me asusté, y me pregunté qué tanto le he había dado a esta niña para que me abrace de esa forma. A veces los niños en su soledad encuentran en la literatura cosas impresionantes que uno no espera. Otra niña me dijo: “le he pedido a Dios que le de mucha vida y salud para que siga escribiendo para nosotros”. Todas esas cosas me han ido haciendo más responsable con lo que escribo. Yo vengo publicando desde 1995, es decir, ya tengo una generación formada con mis libros.

¿Considera que los adultos subestiman a los niños y, por lo tanto, les piden el menor esfuerzo?

Primero, el maestro ha recibido una formación castrante. Los adultos tenemos la mala costumbre de pensar que aquello que no podemos tampoco lo pueden los niños. Además, en la escuela está marcado todo. A pregunta hecha el niño sabe lo que tiene que responder. No hay posibilidad de salirse de lo signado y, si salen de ese terreno seguro, al niño le dicen hiperactivo o malcriado. Yo, por ejemplo, en los talleres que hago me encanta que también estén los maestros porque ellos dudan de su propia creatividad. Yo les tengo muchísimo afecto a los maestros y creo que la sociedad les está exigiendo algo que no les ha dado. Queremos que les enseñen a leer a los niños y a ellos nadie les volvió lectores. Es terrible porque no puedes dar lo que no tienes.

¿A parte de las aulas de estudio, qué otros espacios son necesarios para suscitar la lectura?

La biblioteca, pero el problema es que ese espacio está visto como el lugar en el que se hacen los deberes, no en el que se lee literatura. Eso hay que transformarlo, sobre todo las bibliotecas públicas. Tenemos en el país un problema muy grave con la lectura, y creo que lo que se está haciendo es muy poco. Yo estoy trabajando en un programa que es parte del Sistema Nacional de Bibliotecas y, prácticamente, es lo único que se está haciendo por la lectura. Pero el principal problema es que no se entiende qué es la lectura. Me preguntan: “¿cómo logró que mi hijo se vuelva lector?” Léale usted les digo. Lo que hacemos los padres es comprarle a nuestros hijos un libro y le dejamos ahí. Eso no es así, hay que acompañarlos pues leer es difícil.

¿Qué le ha dado a usted la literatura?

La literatura no solo te recrea, sino que te ayuda formarte como ser humano porque te entrega a montones diferentes tipos de humanidades. Entonces, eso te enriquece, te permite conocerte ti mismo, a los demás, a ser más tolerante. Te enseña que no todos son iguales a ti. Recientemente leo en una entrevista que le han hecho a la presidenta de la Real Academia de la Lengua del Ecuador en la que dice que no tiene sentido hacer énfasis en la lectura mientras no mejore la educación. Y yo digo ¡Por dios, qué es esa respuesta! Pero si la educación está relacionada directamente con la lectura. Además, la literatura es grata porque es mejor leer literatura que matemáticas.

O que estudiar lengua…

El estudio de la lengua es árido. Hay profesores de mis niños que se extrañan porque escriben bien, pero son pésimos en Lengua. Por ejemplo, en Inglaterra, en los tres primeros años de estudio se lee literatura y luego se estudia lengua, y tiene lógica, pues estudian sobre una cosa que ellos ya conocen y que pueden aplicar porque ya leyeron. Definitivamente, el producto más alto de la lengua es la literatura.

Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton-piedra/1/leonor-bravo-a-uno-le-sale-lo-que-el-espiritu-necesita